Por Rafael Duarte
Todos conocemos a un tipo de personas que hacen más difícil la convivencia y las relaciones sociales. Son las que van inoculando malas noticias, comentarios negativos sobre los demás, acentuados desde la frustración, el rencor, la envidia. Sentimos que, como a las setas, no estamos capacitados, profesionalmente, para distinguirlas, y no es igual un champiñón que una amanita de Satán.
La vida, eso que recorremos como animales pensantes, es un milagro en equilibrio. El somos y no somos, heraclitiano se puede quebrar en el eco leve de un segundo. La muerte tiene moradas en la carne que no queremos meditar.
El poder, el sexo, el dinero, la presencia o ausencia de ética o moral, condicionan las ruedas del carro que nos transporta a la batalla. Todo depende de eso. Y una sociedad, cuando necesita más leyes para convivir, está más enferma, desvalida y sola.
El amor, la amistad, la vida necesitan un espacio pensante, creativo, íntimo y esencial. El alma, esa esencia divina, también es arrastrada por las espuelas de la debilidad. Vivir es un equilibrio diario. Y no deben confundirnos ni atemorizarnos los aspectos nocivos de la existencia. No en vano, veneno está relacionado con venus y venenun era un afrodisiaco. Pero hoy es toxicidad letal.
El amor y el odio compartiendo la escena.
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